Por Carolina Jaimes Branger
Hasta hace apenas poco más de un año, a Tareck El Aissami se le consideraba uno de los personajes más influyentes dentro del gobierno de Nicolás Maduro. Hoy, no solamente es señalado como uno de los responsables de la crisis política y económica que atraviesa Venezuela en la actualidad, sino que además se convirtió en el enemigo más peligroso que al régimen chavomadurista le haya tocado enfrentar en estos veinticinco años.
Pero sabemos poco sobre qué pasó allá adentro y quizás nunca lo sabremos en su total dimensión. Solo añado que para los revolucionarios resulta muy fácil el “borrón y cuenta nueva” con quienes han sido sus incondicionales. Porque, en el caso del exministro del Poder Popular para Relaciones Interiores, Justicia y Paz, así como exvicepresidente ejecutivo de la República Bolivariana de Venezuela, exgobernador del estado de Aragua, exministro del Poder Popular para el Petróleo y expresidente de PDVSA, pasaron del amor al odio “sin pasar por GO”, como decíamos en el juego de monopolio.
Pero el tema de este artículo no es El Aissami. Es cómo, en medio de toda esta locura, ha salido a relucir el tema de las prepago y su influencia en el poder en Venezuela.
Ese mundo –también conocido como prostitución de lujo– es un asunto controversial que ha existido a lo largo de la historia y que sigue aún más presente en la sociedad actual. Las prepago son mujeres que ofrecen servicios sexuales a cambio de dinero, pero a diferencia de la prostitución tradicional, las primeras suelen ser jóvenes, atractivas, con cierto nivel de educación, que atienden a clientes de alto nivel socioeconómico.
En Venezuela nos calamos a la amante de un presidente durante cinco años. Todas las decisiones del gobierno de Jaime Lusinchi pasaron por el filtro de Blanca Ibáñez, quien además era su secretaria privada. Yo la vi en Maracay vestida de militar cuando la tragedia de El Limón y Ocumare, una tarde que fui a llevar ayuda para los damnificados. Y no es como dicen, que se le había ensuciado la ropa y le ofrecieron un uniforme: era un traje hecho a la medida, que, como para que no quedaran dudas, decía en letras bordadas “Ibáñez”. Con su poder cuasi absoluto logró también que una universidad la graduara de abogado en tiempo récord y sin asistir a la mayoría de las clases. Otros recordarán a Cecilia Matos, la amante de Carlos Andrés Pérez, pero en su caso la mantuvo con mucha más discreción que Lusinchi. Hoy, las cosas no han hecho sino empeorar.
Las prepago tienen influencia en el poder a través de sus conexiones con personas influyentes y poderosas, lo que les permite acceder a oportunidades laborales, contactos políticos y beneficios económicos. Uno que está preso desde hace un par de años, tenía una oficina donde sus chicas –muchas provenientes de concursos de belleza– recibían a los invitados y complacían sus requerimientos y deseos. Otro que ocupó varios cargos importantes se hizo famoso entre las jóvenes estudiantes de bachillerato de su ciudad natal porque les pagaba las cirugías plásticas, sobre todo las de agrandarse las lolas. Por cierto, ese ser está desaparecido del ojo público desde hace un buen tiempo…
Hay sociólogos que se han planteado que las prepago pueden ser víctimas de explotación y abuso por parte de sus clientes, porque –alegan– pueden utilizar su poder y riqueza para controlarlas y manipularlas debido a que muchas de ellas se ven obligadas a entrar en este mundo por situaciones de vulnerabilidad, como la pobreza, la falta de educación, de oportunidades laborales o la violencia de género.
Por supuesto, su presencia también plantea cuestiones morales sobre la cosificación de las mujeres y la mercantilización del sexo, refuerza estereotipos de género y perpetúa la desigualdad entre hombres y mujeres. Pero la realidad es que estas prepago –al menos de las que hago referencia- no son ni una cosa, ni otra. Son mujeres muy claras en lo que quieren y no se detienen ante nada. Tampoco se plantean dilemas sociales ni éticos.
Para ellas lo importante es usar su físico para acceder al dinero y al poder. Les importa tres pitos que el ascenso en la política de sus novios o parejas haya estado marcado por acusaciones de corrupción, violaciones a los derechos humanos y represión política. Y ya ni siquiera levantan cuestionamientos sobre la moralidad de sus prácticas, más bien es lo contrario: suscitan admiración. Basta con revisar las redes sociales. Para las muchachas liceístas que no han tenido en todo su bachillerato profesores de ciencia, y escasamente uno o dos días de clase como máximo a la semana, es una manera rápida y segura de lograr ganar en un año lo que siguiendo la ruta del estudio no lograrían durante el resto de sus vidas. ¡Qué tragedia para un país!
En Venezuela se conocen casos de mujeres que han mantenido relaciones con políticos y empresarios influyentes a cambio de dinero y favores. La corrupción y la impunidad que caracteriza al gobierno venezolano han sido tierra fértil para que florezca la presencia de las prepago en esos círculos, donde son piezas clave para la obtención de información privilegiada, influencia política y, lo más importante para ellas, acceso a recursos económicos. Y también tienen una suerte de “protección”, porque mientras sus amantes van presos, a ellas “ni con el pétalo de una rosa”. Alguien (o algunos) en el mundo judicial, deben tenerles ganas…
Como sociedad, hubiera sido fundamental abordar este tema desde una perspectiva de género y derechos humanos. Pero ya es tarde: esa sociedad aceptó lo que en otros tiempos hubiera sido una afrenta contra la dignidad y el bienestar de todas las personas involucradas en esta realidad compleja y delicada. Las prepago, su presencia e influencia en el mundo del poder en Venezuela, no son más que un reflejo de las desigualdades y vulnerabilidades que afectan a la sociedad en su conjunto. De una manera u otra, todos lo estamos sufriendo, todos lo estamos pagando.