Por Rodrigo Rivera Morales

A la juventud venezolana (nacida a partir de 1990) le ha tocado vivir la inmensa crisis social, política, económica y moral que ha padecido la nación en estos 25 años de gobierno de la pandilla cívico-militar. He querido tratar el tema por mi vivencia, en estos días en algunas ciudades de Suramérica, frente a jóvenes venezolanos, especialmente, ver de nuevo a jóvenes caminar por las carreteras con sus mochilas al hombro y el dolor en su corazón reflejado en sus entristecidos ojos.

En las ciudades de Lima, Bogotá, Bucaramanga, Cúcuta, México, me encontré con varios jóvenes en diversas circunstancias, sea como camareros, aseadores, taxistas, algunos trabajando y continuando sus estudios. Me impactaron varias frases, eran comunes independientemente de la ciudad y actividad que desempeñan. Estas son: “Salí porque no veía futuro”, “salí porque padecíamos hambre en la casa”, “salí porque mi sueldo de educador no alcanzaba para vivir, “salimos porque teníamos que buscar ganar para ayudar a mis padres”. Algunos de ellos perseguidos políticos por ser líderes en las protestas, en el último mes, por haber sido testigos de mesa electoral y difundido las actas de sus centros de votación. Casi todos coincidían que de caer la dictadura regresarían a la patria.

Mientras me relataban sus vivencias traumáticas, reflexionaba acerca de la juventud de mi época. Nosotros vislumbramos un futuro promisor, se estudiaba porque se sabía que era un factor de movilidad social. En las universidades había hijos de obreros, de campesinos, de emigrantes pobres. De allí salían profesionales que ascendían en la escala social y en su calidad de vida. Fundamentalmente, en la época de Caldera, CAP y Luis Herrera, cuando encontrábamos jóvenes en el exterior eran estudiantes, con unos deseos inmensos de culminar para regresar a la patria. Había becas y se culminaban estudios de posgrado y grado de buen nivel, lo esencial, era que se quería regresar, porque se sentía que había futuro.

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Hoy, en Madrid sentado frente al ordenador, recuerdo con mucho dolor los relatos de esos venezolanos contactados. Me relataron los problemas de su salida y su asentamiento, el dolor y angustia de la despedida, en el exterior los rechazos, oferta de trabajos poco apetecibles, sueldos bajos, en sus relatos percibía la tristeza. Claro, su futuro en la patria se le había negado, la pandilla cívico-militar había matado sus sueños.

Conversando con profesores universitarios me comentaron que la matrícula universitaria, en todos los órdenes, había descendido escandalosamente; lo mismo comentaron profesores de educación media. Hace unos días dicté clases online en un curso de posgrado en la UCV; en épocas anteriores se abrían 3 y 4 secciones de maestría, con no menos de 40 cursantes, y no se cubría la demanda; en el curso que dicté, solo eran 8 en una única sección. Estos hechos nos encaran la inmensa problemática en el futuro próximo. Por un lado, ha sido vaciada de jóvenes nuestra patria, lo que significa que quedan mayores, que no han podido salir por la inmensa dificultad (edad) de rehacer su vida en el exterior; por otro lado, la restricción de avance del conocimiento y la formación de nuevos profesionales. Indudable que esta situación producirá efectos perversos en la sociedad venezolana, no sólo en el plano económico y cultural, sino, quizá lo más grave, en lo psicológico.

Esa juventud ha sufrido la vivencia de un suceso impactante, como la pérdida de sus ilusiones y la separación de la familia, amigos, de su círculo de vida normal, para enfrentar uno nuevo, por lo general, lleno de asperezas, rechazos, diferentes costumbres y modo de vida. La juventud venezolana vive una enorme tragedia de disgregación social y familiar, de efectos traumáticos para ellos y su familia.

Frente a esta tragedia no hay duda de que lo prioritario es sacar a la pandilla cívico-militar gobernante. No hay que pisar peines, ni comerse los caramelitos que lanza para lavarse la cara como demócratas. Algunos, no sé si ilusos o ingenuos, o alacranes, hablan de que hay que aprovechar los espacios. ¿Cuáles? No ven el tremendo fraude hecho a la soberanía popular. No ven cómo se burlaron con el TSJ del notable triunfo en la Asamblea Nacional en 2015. No han visto cómo han apresado a alcaldes incómodos o concejales o legisladores regionales.

Creo que los que fungen de políticos y tienen aspiraciones deben reflexionar en estos momentos y hacer esfuerzos por la unidad. Tienen que tener conciencia, si de verdad asumen la política como servicio público, que en estos momentos deben deponer sus aspiraciones y concurrir con su esfuerzo y fuerzas a sacar a la tiranía. No es momento de dar rienda suelta a sus intereses individuales o partidistas, sino pensar en Venezuela, mirar esa enorme tragedia que sufre nuestra juventud. Solo juntos podemos derribar a la pandilla, que como grupo criminal hace todas las maniobras para quedarse, sabemos que no saldrá por las buenas, sino por el empuje de todo el pueblo unido. Cerremos filas en unidad.

Fuente: El Nacional