Por Alejandro Armas
Hoy se habla mucho de una crisis epistemológica en las democracias desarrolladas que padecen una altísima polarización, como España o Estados Unidos. No es solo que la opinión pública está dividida en bloques axiológicos irreconciliables. Es decir, no es solo un tema de valores morales. Es que ni siquiera hay acuerdos sobre hechos empíricos en sí mismos, sobre aquello que ni siquiera debería estar sujeto a interpretaciones. El tribalismo ha llegado a un punto en el que grupos de personas que piensan más o menos igual habitan islas de pensamiento sin ningún contacto entre ellas, como si fueran realidades paralelas. El que no pertenece al grupo propio es visto entonces, no como un adversario con ideas equivocadas, pero en general razonable y decente, sino como un lunático peligroso. Ello hace casi imposible la formación de acuerdos mínimos para emprender proyectos conjuntos, la idea de la política de acuerdo con Hannah Arendt.
En Venezuela también tenemos dos realidades paralelas, metafóricamente hablando, pero que corresponden a una polarización asimétrica. Tenemos por un lado el hecho de un país devastado económica y socialmente, con muy pocas posibilidades de recuperarse a lo grande en el corto o mediano plazo, y gobernado por un autoritarismo feroz e implacable. Por el otro lado, tenemos la ilusión propagandística del gobierno, otrora difundida exclusiva o casi exclusivamente por los medios de comunicación propiedad del Estado pero que, en virtud de la apropiación del Estado por la elite gobernante, convertidos de facto en canales al servicio de los intereses privados de dicha elite. Ahí, Venezuela es en esencia un país próspero, prometedor y, sobre todo, rebosante de alegría. Ello gracias a un gobierno que goza de inmenso apoyo popular, mediante el cual triunfa en casi todas las elecciones, siempre limpias y justas.
Digo “otrora” porque eso ha cambiado. Ya no son solo los medios públicos los que transmiten la ilusión propagandística. Se ha sumado un conjunto de medios privados que fueron cooptados por la elite gobernante, mediante su compra por empresarios vinculados con el chavismo. Los tres casos más notables son los periódicos Últimas Noticias y El Universal, así como el canal televisivo Globovisión. Si bien el diario de la ex Cadena Capriles fue el primero de los tres en sufrir la metamorfosis decadente, los otros dos recientemente se han esforzado por competir por cuál es el más panfletario, como muestran sus titulares en redes sociales exaltando los eventos proselitistas de Nicolás Maduro. Titulares que algunos observadores con acierto compararon con los de una agencia de noticias norcoreana, por el nivel de adulación al presidente. Creo que ni Venezolana de Televisión llegó a tanto.
Ahora bien, si todos estos medios son las tablas para la representación teatral de país feliz, ¿quiénes son los actores? Alguien no muy avispado restringiría el elenco de la farsa a un montón de militantes del PSUV y sus socios minoritarios como el PPT. Pero, de nuevo, ahora la escena es mucho más variopinta. Ya no es un gran retablo carmesí, como alguna de las pinturas de Rothko. Porque resulta que la cooptación es mucho más que mediática. Se extiende también a partidos políticos. ¿Qué otra cosa son aquellas organizaciones intervenidas por el Tribunal Supremo de Justicia y que dicen ser “oposición”, aunque aplauden prácticamente todo lo que hace el gobierno? Y que no se nos olviden los partidos de origen, digamos, y que valga la cacofonía, original pero que están coaligados con los derivados de las intervenciones judiciales en la llamada “Alianza Democrática”.
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Hay más. Existe también una fauna de sujetos a menudo identificados con esa rara etiqueta que es la de “analista político” y que también son personajes recurrentes en la tramoya. No necesariamente tienen formación alguna en ciencia política, pero vaya que hablan como autoridades en la materia. Siempre apuntando a la misma conclusión: que en Venezuela las elecciones son como en cualquier democracia (quizá con una que otra injusticia nimia) y que la oposición solo puede y debe enfocarse en desarrollar una estrategia de captación del voto mayoritario para triunfar. Cualquier otro planteamiento no solo es innecesario, sino además “radical e inmoral”. Los presos políticos para ellos no existen. ¿El chavismo desconociendo de facto que la oposición ganó la mayoría calificada en las parlamentarias de 2015? Nunca ocurrió. Y si ocurrió, pues fue la misma oposición la culpable, por “extremista”. Agreguen a eso el llamativo fenómeno de empresas de consultoría política que en redes sociales tratan de usurpar la función de los medios de comunicación, divulgando contenido con fines dizque informativos, pero con una tendencia a propagar bulos alineados con la propaganda chavista.
Veamos el conjunto definitivo: entre medios públicos, medios privados pero cooptados por el chavismo, partidos falsamente opositores y “analistas políticos” independientes rehusados a reconocer el contexto antidemocrático, tenemos a todo un ecosistema en perfecta armonía. Cada uno de esos elementos es como una pieza mecánica en una máquina generadora de la realidad paralela. Con tanta censura y autocensura en los medios tradicionales, es poco lo que pueden hacer las voces alternativas, que sí describen el entorno sin edulcorantes. Lo que lingüistas y semiólogos vinculados con la teoría crítica izquierdista, desde Roland Barthes hasta Noam Chomsky, describieron como redes comunicacionales con el propósito de fomentar el conformismo de las masas con la democracia liberal y el capitalismo (con cierta exageración sobre lo que ello implica en términos de control social), es hecho en Venezuela. El objetivo es que las masas desarrollen un pensée unique afín a los intereses de la elite chavista.
Creo que es un esfuerzo condenado al fracaso. Cuando tienes un país que sigue azotado por la pobreza extrema, por la inseguridad alimentaria y por los apagones constantes, no veo manera de que la población en general abrace una ilusión de vida nacional sabrosa. Sin embargo, sí es posible cautivar a algunas personas. Sobre todo, a aquellas con una calidad de vida por encima del promedio y que quieren pretender que siguen “en la lucha” contra el gobierno, aunque no estén dispuestos a correr los riesgos inherentes a la oposición a regímenes como este. Para ellas, está mandado a hacer el mensaje, quizá no de los propagandistas más evidentes, pero sí de los “analistas políticos” enajenados. Para los demás, para la inmensa mayoría de los oprimidos, el miedo a la represión seguirá siendo el gran agente disuasor del reclamo.
De todas formas, no está de más describir el fenómeno de la máquina propagandística de última generación y, sobre todo, advertir sus componentes aparentemente heterogéneos y dispersos, pero, como ya dije, en plena y deliberada sincronía. Lo bueno es que una vez que se identifica a una de las partes, es más fácil notar el todo. ¿Invitado frecuente a un medio cooptado por el chavismo? Ya sabe. Eso es precisamente lo que la máquina no quiere: que usted sepa. Sea saber la identidad de la máquina misma o cualquier otra cosa sobre la Venezuela de hoy.