Por Héctor Alejandro Zerpa

Lo peor no es estar lejos. Lo peor es saber que, aunque estuviera allá, Venezuela seguiría siendo un infierno. Me arrancaron de mi país, me forzaron al exilio como a millones, pero lo más doloroso no es la distancia, sino la impotencia. Ver cómo la gente sigue hundiéndose en la miseria, cómo los de siempre se enriquecen a costa del sufrimiento, cómo la traición viene de todos lados, no solo de los criminales que gobiernan, sino también de los que se visten de opositores para seguir robando.

Porque aquí nadie está limpio. No solo el chavismo destruyó Venezuela, también una oposición cobarde, inútil, vendida. Líderes de papel que se llenaron los bolsillos con la tragedia del país, que negociaron con el hambre, con la desesperación, con el sacrificio de quienes sí lucharon de verdad. Opositores que no son más que una versión más educada de los mismos corruptos que dicen combatir.

Y mientras tanto, afuera, el mundo sigue usándonos como bandera política. Lo último que hizo Trump con el Tren de Aragua lo demuestra. Ahora resulta que el problema de Venezuela no es una dictadura que ha asesinado, encarcelado y exiliado a su pueblo, sino una banda criminal que ni siquiera nos representa. Nos criminalizan por el delito de haber huido, nos meten a todos en el mismo saco como si el venezolano fuera sinónimo de delincuente, cuando en realidad somos intelectuales, académicos, trabajadores, emprendedores, gente que, a pesar del dolor, sigue luchando y dejando en alto el nombre de Venezuela en el mundo.

Nos vendieron la idea de que la presión funcionaría, de que el embargo haría caer al régimen, pero ¿quién sufrió? No los jerarcas del poder, sino la gente que perdió acceso a lo poco que quedaba. Nos utilizaron para discursos políticos mientras nosotros seguimos en la misma lucha, con la misma angustia, con el mismo peso de la traición.

Yo no olvido. No olvido a los presos políticos que siguen muriendo en celdas oscuras. No olvido a los que cayeron luchando en las calles mientras otros negociaban en hoteles de lujo. No olvido a los exiliados que dejaron su vida en rutas peligrosas buscando una oportunidad. No olvido a quienes creyeron en promesas falsas y terminaron con las manos vacías.

Desde el exilio, cargo con la rabia de saber que nos han fallado todos: la dictadura, la falsa oposición, los oportunistas de turno, los que usaron a Venezuela para hacer campaña política, los que convirtieron nuestro sufrimiento en un negocio.

Pero también cargo con la convicción de que no me rendiré. Porque Venezuela no es de ellos. Ni de Maduro, ni de los empresarios que hicieron fortunas con la crisis, ni de los políticos que solo buscan votos. Venezuela es nuestra, de los que la sufrimos y de los que aún soñamos con verla libre.

Nosotros no somos el Tren de Aragua. Somos la resistencia, la voz de los que no pueden hablar, la fuerza de un país que se niega a morir.

Yo no olvido. Yo no perdono. Y yo no me rindo.