Embarcaciones cargadas de productos como queso, miel y decenas de migrantes warao llegan diariamente a las costas del suroeste de Trinidad. El estrecho entre Venezuela y el país insular sigue siendo una ruta migratoria y de contrabando transitada, aunque el despliegue militar en la zona ha dificultado los viajes.
El ministro de Defensa del régimen de Nicolás Maduro, Vladimir Padrino López, ordenó el pasado 21 de septiembre el despliegue de tropas venezolanas más cerca de Trinidad y Tobago en un intento de frenar el contrabando y la migración irregular.
La primera ministra de Trinidad y Tobago, Kamla Persad-Bissessar, advirtió que consideraría el uso de la fuerza letal contra embarcaciones venezolanas sin identificación que ingresen a aguas territoriales de su país, además dio su completo apoyo al despliegue naval de Estados Unidos en el Caribe.
Con información de El Nacional
Este incremento de los patrullajes ha reducido a la mitad el número de embarcaciones y de migrantes que llegan a diario a las costas trinitenses, escapando de las precarias condiciones en Tucupita, donde las familias viven en palafitos y sobreviven de la pesca y la caza.
Complicadas condiciones también en Trinidad
En la playa de Icacos, a 11 kilómetros de la costa venezolana, Carlos Silva, nativo de la tribu Warao, vive con sus tres esposas y 11 hijos en una choza construida con láminas galvanizadas oxidadas y madera podrida.
El techo gotea cuando llueve. Sus pocas pertenencias están apiladas contra las paredes, mientras hamacas y colchones delgados sirven de camas. Afuera, la ropa cuelga de tendederos desvencijados y de un pozo las mujeres sacan agua con cubos.
«Los pongo cómodos dondequiera que estemos, incluso si dormimos en el suelo. Aquí al menos tienen ropa. La gente comparte la comida y nos ayuda. Nos gusta Trinidad, todo se siente normal», dijo Silva a Efe.
Abram, de 2 años de edad, uno de los hijos menores de Silva, nació en la choza sin atención médica. Se entretiene descalzo en la arena con un camión de juguete roto, mientras niños mayores reparan redes de pesca y juegan al fútbol en la playa.
Carlos Rodríguez, dueño de la choza donde reside la familia Silva, declaró que más de 200 niños warao viven ahora en la playa de Icacos, la mayoría sin registrar su nacimiento.
«Los embarazos adolescentes son comunes. Los niños juegan todo el día, pero no van a la escuela. Están creciendo por instinto», afirmó a Efe.
Mientras que algunos residentes de Icacos describen a los warao como pacíficos, otros se sienten frustrados y denuncian que no todos son inofensivos.
Tensiones, contrabando y tráfico sexual
«Siguen llegando en lanchas, de 30 en 30, pagando 100 dólares cada uno», comentó Shirley Peters, quien vive cerca de las plantaciones de coco donde los venezolanos a veces buscan alimento.
Peters explicó que «algunos talan cocoteros y roban fruta» e incluso «amenazan» a los trinitenses cuando estos les confrontan.
También criticó que su presencia afecta al mercado laboral, ya que aceptan 200 dólares por un día de trabajo, cuando los locales cobran 300 dólares.
Otros residentes locales revelaron a Efe que las embarcaciones de los warao también transportan contrabando, principalmente queso y miel.
«A veces traen armas y drogas. Se aprovechan de las mujeres. Todavía tenemos tráfico sexual», declaró un pescador trinitense, que prefirió no identificarse.
En 2019, un estudio de la Comunidad del Caribe (Caricom), localizó 289 sitios de trata de personas en Trinidad y Tobago y 39 rutas de entrada, muchas de ellas con origen en localidades venezolanas como Tucupita y Güiria.
Una fuente de la Unidad de Lucha contra la Trata de Personas de Trinidad informó a Efe que 102 víctimas, casi todas venezolanas, fueron rescatadas entre 2013 y 2024, y 63 personas fueron imputadas.
Los venezolanos aún ingresan por las entradas del sur, como Puerto Grande, Erin, Los Iros y Moruga, según una fuente del Departamento de Aduanas, debido a que la limitada capacidad de patrullaje mantiene las fronteras del país porosas.