Las lluvias en Venezuela mantienen en alerta a quienes viven en zonas de alto riesgo. Los movimientos de terreno, la falta de canalización de quebradas y la falta de inversión en vialidad los deja a la deriva, afecta a ciudadanos que con el pasar de los días tienen la zozobra de que sus casas puedan colapsar y desplomarse, sin tener ninguna opción habitacional. 

Uno de estos casos es el de Carlos Darío Rodríguez, de 73 años y a quien  le falta una pierna, para él resulta una necesidad suplicar por ayuda. Su vivienda, ubicada en el sector El Corozo, del municipio Torbes del estado Táchira está a punto de colapsar como consecuencia de las fuertes lluvias. Al riesgo en el que vive y su condición física, suma que su situación económica es como la de Venezuela: negativa, por lo que le es imposible pensar en mudarse.

Recibe una pensión con la que solo puede comprar un cartón de huevos y una harina para preparar arepas. Necesita medicamentos para el colon y la tensión, por lo que a diario va al centro de San Cristóbal, capital del Táchira, a pedir dinero en las calles. Cuando reúne lo necesario, viaja hasta Cúcuta, Colombia, para comprar sus medicinas con facilidad, porque en Venezuela no logra encontrarlas.

Mientras ve cómo el río Torbes socava las bases de su vivienda, lamenta que el gobierno nacional intente ayudar a otros países mientras en Venezuela hay familias a punto de perderlo todo. “Es insólito, primero las goteras de afuera que las propias. El presidente ofrece electricidad, gas, gasolina a otros países mientras que aquí nos vamos a quedar en la calle”, precisó Rodríguez.

A la deriva y sin esperanza

Al otro lado del Táchira, en El Pueblito, municipio Capacho Viejo, el movimiento del terreno derrumbó más de 40 casas y otras aún permanecen en riesgo inminente. Mireya Ovalles es una de las residentes de allí y con lágrimas y desesperación desocupó su casa para evitar una tragedia mayor. 

El esposo de Ovalles es paciente renal que recibe tres veces a la semana hemodiálisis. Producto de su enfermedad no tiene vista y su movilidad es reducida. Cuando llueve y siente que su hogar se mueve, llora. Toda su vida fue conductor de transporte público y construyó él mismo su casa, esa misma que está por desplomarse. 

Junto con Mireya y su esposo vive su hijo de 10 años y su nieto de 4 años, ambos menores de edad padecen la crisis del país, pues la única que produce ingresos es Ovalles con el cuidado de una señora de 100 años, por lo que la alimentación de los niños no es la adecuada para sus edades. 

“Yo estoy desesperada, vivo con miedo. Estoy desocupando pero no sé a dónde iré. No tengo esperanza de una mejora. La pensión de mi esposo no alcanza para nada y mi trabajo es para el día a día, no tengo dinero para alquilar una casa y mucho menos para comprarla”, aseguró Ovalles.