Columna de David Gallardo

Vamos a ir directo al grano, el presidente de Colombia Gustavo Petro tiene el vicio de disfrazarse de defensor de los Derechos Humanos, mediador internacional y un hombre de Estado, pero ante tanta vanidad, decidió verse en el espejo de Armando Benedetti y quedó al descubierto un reflejo que ahora visible para toda Colombia, Venezuela y la región de América Latina.

Colombia y Venezuela, como lo dicen los políticos de ambas naciones, tienen un vínculo muy fuerte, cultural y económicamente hablando, el cual puede debilitarse o fortalecerse dependiendo de estos mismos líderes, no obstante la mancha oscura de la izquierda mala habida se posó en Venezuela en los últimos 24 años y parece que ayudó a que se empezará a instalar en el país neogranadino.

La vanidad de Petro lo llevó a nombrar a su fanático más acérrimo como embajador de Colombia en Venezuela, una persona que serviría como puente comunicacional con la dictadura venezolana y quizás como curador de los negocios de su familia.

Aunque Benedetti se haya mostrado como un servidor leal a Petro, los audios filtrados en los cuales mantiene una conversación con la Jefa de Gabinete, Laura Sarabia, demuestran a quien realmente sirve.

Dejando de lado las frases misóginas y los garabatos que acompañan cada oración, los audios de Benedetti demuestran que siempre fue una amenaza latente para Gustavo Petro, un hombre que está con Dios y con el Diablo y se muestra dispuesto a arrimarse a la sombra más grande. Es aquí donde tienen sentido los reclamos que le hizo a Sarabia, sobre el exilio simbólico que tenía en Venezuela, cuando en realidad lo que quería Benedetti era más presencia política, un puesto ministerial, más cuotas burocráticas y hasta más respeto por su presidente.

Pobre Benedetti, que en su delirio de grandeza, olvidó que él era el sirviente de un gobierno que apenas tiene nueves meses y ya ha sufrido más de una crisis por la filtración de mensajes, testimonios y conflictos de intereses.

Ver más: ¿Cuánto ganaba Armando Benedetti como embajador de Colombia en Venezuela?

La decepción de Petro seguramente no se compara con la de Benedetti, que decoraba sus redes sociales con amor incondicional a su presidente ¿y para qué? Eso es lo que debe estar pensando en este mismo instante, mientras que revisita sus posibles jugadas antes de ser citado por la fiscalía colombiana por todos sus comentarios sobre la campaña política que colocó a Petro como presidente.

Otro punto que realmente sorprende son los constantes delirios de Gustavo Petro, que aún no termina de entender que la presidencia de Colombia le colocó un polígrafo que evidenció que no es una víctima (como se viene retratando desde hace años), sino que es el victimario.

Hace menos de 45 días se hacía la Conferencia para los nuevos diálogos entre el régimen de Nicolás Maduro y la oposición venezolana y Gustavo Petro, disfrazado de defensor de Derechos Humanos, se le olvidó mantener contento a Benedetti para que no se le escape la posible financiamiento de la dictadura venezolana en su campaña presidencial.

Justo aquí es donde me encuentro de acuerdo con Guaidó: No sería sorpresa que fuese real el financiamiento de Maduro para Petro.

Pero este conflicto de intereses abrió una puerta muy peligrosa, la cual evidencia los dichos de Maduro de meses atrás que se enfocan en crear un fuerte unido en América Latina con sus colegas izquierdistas que se conectan con hilos entre ellos y Rusia.

Entonces, Maduro no sólo paga para montar a Petro en la presidencia colombiana, sino también por un servicio de blanqueamiento político regional.

¿Y ahora qué?

¿Quién va ahora cuidar de los intereses de Petro en Venezuela? ¿Quién será el puente comunicacional? ¿Quién tapará de noche a Monómeros cuando haga frío? ¿Quién le pasará los papelitos al ELN durante clases? Pues no sabemos si Milton Rengifo Hernández lo hará, porque aunque ha trabajado desde hace años con Petro, ha mostrado su aversión por Nicolás Maduro.

¿Y ahora qué? Es tiempo de que los colombianos sientan el mal olor que sale de la Casa de Nariño, antes que se pudra como Miraflores.